Recuerdo los fines de semana durante mi infancia y adolescencia en la parcela de mis abuelos. Había un huerto, una piscina-estanque y una caseta de un único ambiente que albergaba una mesa enorme y sillas, ninguna igual a la otra, una cocina antigua, dos camas y una mesilla de noche con viejos tiradores. Allí nos reuníamos la gran familia que éramos. Abuela y abuelo, tíås, primås, padre, madre, hermana. Cada fin de semana los gatos y las gallinas se movían a sus anchas. A veces sus vidas duraban menos que un suspiro. Allí aprendí lo cruel que puede ser la naturaleza y lo efímeras que pueden ser las familias.
*Este microrrelato lo escribí en el taller “Microhegemonías en el discurso / Recuerdo, subjetividad y archivo” durante la dinámica propuesta por la artista interdisciplinar Karina Villavicencio, parte de su proyecto “Banco de Recuerdos”. En palabras de la artista: “El banco de recuerdos es un espacio-tiempo donde los recuerdos que nos habitan son nombrados y expuestos. Al nombrar un recuerdo por medio de la palabra, un dibujo, una imagen o un movimiento, este se hace actual y me permite establecer una relación entre mi pasado y mi presente. Esta presentación oral, escrita o visual de mis recuerdos los hace conscientemente visibles y conscientemente accesibles para otras personas que pueden reconocerse o no él. Este reconocimiento o no-reconocimiento puede despertar diferentes tipos de emociones pero sobre todo invita que el/la espectador/a se confronte con sus recuerdos personales y acceda así, a su propio contenido biográfico”.