Berlín, verano de 2014. Las escenas de racismo cotidiano se suceden día tras día, pero ahora aparecen camufladas en discursos y acciones sutiles aparentemente inofensivas. Una amiga alemana blanca está embarazada de siete meses. Como es costumbre aquí, ya ha empezado a buscar una guardería para el bebé que llega. Quiere una guardería pública, cerca de casa e intercultural. Tras semanas de búsqueda encuentra una plaza en un lugar que cumple todos los requisitos.
Leo ya tiene varios meses, juntos van a visitar la guardería para ver a los/as amigas con las que el pequeño compartirá horas de juegos y socialización. Después del encuentro con las cuidadoras vuelve a casa entusiasmada. Me cuenta entonces que está encantada con la diversidad del grupo del que formará parte su hijo. Concretamente, habla de una niña turca que tiene exactamente su misma edad, 11 meses, y nació en el mismo hospital en Kreuzberg1.
Escucho la historia en silencio. Camino a casa pienso en la niña turca igual de berlinesa que Leo, pero identificada desde fuera como turca y no como alguien tan local como, en este caso, un niño de padre-madre alemanes blancos. Que la niña decida identificarse como turca y tanto ella como su familia así lo definan tiene que ver con su capacidad como sujetos/as de “nombrar su propia realidad, establecer sus propias identidades, nombrar su historia”2. Lo contrario de ser sujeto es ser objeto y eso significaría que su realidad entonces es definida por otros.
De esta forma, que los/as alemanes/as blancas determinen que la niña es turca y no turco-alemana o alemana con raíces turcas o berlinesa quiere decir que ella no es alemana, por lo tanto, no pertenece al lugar donde nació. Ellos sí pertenecen. Las nuevas generaciones provenientes de familias turcas inmigrantes en la Alemania de los años 50 son todavía hoy en día leídas e identificadas como turcos. Los discursos hegemónicos los siguen situando en los márgenes, en una cartografía en donde el color de la piel y determinados símbolos culturales determinan el lugar social que nos corresponderá, como en este caso, ocurre con la niña turca-alemana.
La mayor parte de los niños/as blancos/as alemanes/as tendrán el privilegio, ya desde la guardería, de aparecer como no marcados; mientras los niños y las niñas con raíces turcas o asiáticas, o africanas o latinoamericanas serán señalados/as como los diferentes. ¿Diferentes a quién? La construcción social de que la niña turca-alemana será la diferente al resto y no al revés marcará seguro su historia de vida. Como afirma Grada Kilomba en su libro “Plantation Memories”, primero, una se vuelve diferente porque difiere del grupo que tiene el poder de definirse como la norma3. Así, todas aquellas personas que no son blancas son construidas como diferentes, como los y las otras. La niña turca-alemana no es diferente, sino que se vuelve diferente a través de un proceso de discriminación. Y segundo, en esa construcción de las diferencias hay una jerarquía de privilegios, en cuya cúspide se encuentra el sujeto blanco. El ser diferentes a la norma blanca nos lleva a hablar de estigmatización e inferioridad de los no blancos/as que se manifiesta en la construcción de los/as otros/as, basada en prejuicios y estigmas.
Por eso, analizo aquí lo que en su momento viví como un episodio racista. Racismo cotidiano enmascarado y edulcorado en discursos aparentemente abiertos, incluso alternativos. Realmente nada inofensivos.
1 Kreuzberg es un barrio alternativo de Berlín en pleno proceso de gentrificación urbana.
2 hooks, bell (1989): Talking back: Thinking Feminist. Talking Black. Boston: South End Press. ( p. 42) “As subjects, people have the right to define their own reality, establish their own identities, name their history. As objects, one´s reality is defined by others, one’s identity created by others, one’s history named only in ways that define one’s relationship to those who are subject.”
3 Kilomba, Grada (2010): Plantation Memories. Münster: Unrast Verlag. (p. 42)